Nombre: Ignacio A
Ubicación: Argentina

lunes, febrero 26, 2007

de Los Cartujos


Cuadro 2º: El combate de Jacob

"Dios resiste a los soberbios
y da su gracia a los humildes" 1Pe 5,5
El desierto es un fuego purificador.
En la soledad sale a la superficie todo lo que somos.
Todas las mezquindades que hemos dejado introducirse aparecen con claridad, todo el mal que hay en nosotros queda patente. Descubrimos nuestra propia miseria, nuestra profunda debilidad, nuestra absoluta impotencia.
Aquí, no es posible disimular los artificios que empleamos para ocultar estos aspectos de nosotros mismos que nos desagradan y que, sobre todo, están tan alejados del deseo de Aquél que lo ve todo y lo penetra todo. Resulta evidente que nos justificamos con demasiada facilidad considerando nuestros defectos como rasgos de carácter.
Aquí nos volvemos vulnerables; no hay escapatoria. No hay distracción que amortigüe, ni excusa que dispense. Es imposible evitar el cara a cara con la realidad que somos nosotros, retirar los ojos de esta miseria sin remedio que nos deja totalmente desnudos.
Aquí se cuartean las falsas construcciones, todos esos muros que hemos levantado para protegernos porque ¡quién podrá decir con cuánta frecuencia buscamos engañarnos, tanto o más que a los demás! Pero la pretensión de conocer las realidades divinas desaparece ante Aquél que permanece totalmente Otro.

Es un camino abrupto, en la obscuridad, a tientas, guiado únicamente por la fe, pero es un camino de verdad. Todas nuestras seguridades personales quedarán enganchadas en las zarzas del sendero y nos dejarán con esta única certeza: Que por nosotros mismos no podemos nada.
Es ahí donde Dios nos espera, porque no se puede llenar más que un recipiente vacío y si Él nos quiere llenar de Sí mismo debe primero despojarnos de todo lo que nos estorba. Para realizar un trabajo infinitamente delicado, el Artista divino tiene necesidad de un material sin resistencia. Entonces su mano sabrá suscitar de nuestra miseria verdaderas maravillas que permanecerán ocultas a nuestros ojos. Toda nuestra alegría consistirá en dejarnos transformar por Aquél que lleva por nombre: Amor.